Hace unos años una amiga dejó de fumar, y recuerdo sus vociferaciones entre chicles y chupetines para autoconvencerse de lo bien que se hacía a sí misma: con sus 2 (dos) dedos índices apuntando hacia ella y recorriendo en dirección vertical la entera extensión de su torso y piernas de manera ascendente y descendente, respectiva y alternadamente, te batía la cordura al grito de "mi cuerpo es un templo".

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