Esa fue la tarde lluviosa de invierno en la que con tan sólo 16 años y un viaje de vuelta Caballito- Belgrano comprendí que se podía amar con todo el corazón y sin embargo, no ser feliz. Entendí en ese entonces entre lágrima y lágrima, que lo amaba y eso me destruía, que amarlo me lastimaba y que sin embargo, por más que quisiese, no podía parar de hacerlo; lo que no supe hacer es la conclusión y posterior aplicación; no super darme cuenta en ese momento -y en los posteriores- que amar alguien no significa que me tiene o debe hacer feliz y que si no se da natural, no se da jamás y no se puede forzar.

1 comentarios cómplices:

Dur dijo...

guau...