miércoles, 4 de marzo de 2009

Mis hijos nacieron y se criaron en un mundo hipercomunicado. Telefonía celular, internet, bluetooth, wifi, banda ancha movil, 3G (aún no sé qué diablos significa) y montones de juguetitos tecnológicos que, como dice mi amiga Mica, "acercan a los que están lejos y alejan a los que están cerca".
He visto a Martín enfrascado ante su celular, "texteándose" -el neologismo lo aprendí de él- con vaya uno a saber cuánta gente. Comunicados e incomunicados. Hablándose sin verse las caras, sin poder tocarse, sin sentir el abrazo de un amigo, la vibración de una voz, el calor de una mirada.
Carolina ya tiene su casilla de email, que maneja con maestría y reclama, cada vez que puede, que le compre su primer celular. Me resisto, pero supongo que en algún momento aparecerá Marcelo con un flamante iPhone para mi hija y no podré hacer nada para evitarlo.
Naty es aún tecnológicamente virgen, pero nada me quita el insensato temor de que algún día le crezca un puerto USB en el culo.
Sí, señoras y señores: la próxima generación, la de mis nietos, abandonará esa antigua costumbre que tenemos de llevar el apellido paterno y todos se llamarán @gmail.com.

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