A todos nos ha sucedido alguna vez: un pariente, amigo, vecino o compañero de trabajo empieza a practicar yoga. De repente, este ser, tan mediocre y sedentario como cualquiera de nosotros, empieza a sentirse bien. Realmente bien. Como nunca se había sentido en la vida. Y tan bien está haciendo el Saludo al Sol sobre el parquet mugriento de un gimnasio del microcentro, que simplemente no puede resistirse a salir y evangelizar. Porque, desde que practica hata-yoga tradicional con un tipo que se hace poner la palabra "gurú" delante del nombre se siente tan pleno, que no puede aguantarse las ganas de compartirlo con el universo. De hecho, en el pico tóxico de su flamante pasión, en su momento de mayor embelesamiento, pasa directamente a no poder entender cómo el resto del mundo puede vivir sin hacer ejercicios de respiración sentados en posición de loto.
miércoles, 5 de agosto de 2009
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