Aquella no sería la primera ni la última vez que confundo mi vida con una comedia romántica: tengo la incontrolable costumbre de hacerlo. Me baso en introducciones, elaboro nudos complicados y llenos de enredos que desembocan, siempre, en grandilocuentes e imposibles finales felices. Hay un momento, aquel en que uno se sienta a escribir el guión de esa comedia romántica, en el que inconcientemente transforma la realidad, escuchando palabras que nunca fueron dichas o soñando escenas que nunca sucedieron y nunca sucederán.