Antes de Facebook, yo interactuaba con doce tarados por mes. Más o menos tres por semana. Me tocaban dos fijos en el supermercado, uno por teléfono, tres o cuatro conocidos, y cinco novedades al azar. Me llegaba spam, sí, pero nadie me pedía que me uniera al club de fans de galletitas Formis ni me llegaban cervecitas virtuales a mi casilla de e-mail. Pero desde que me uní a Facebook, el número de tarados con los que me veo obligada a interactuar ha ascendido a ciento setenta y cinco por mes.
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