Con el cuerpo y el alma doloridos, lejos de los nuestros, sin esperanzas de verlos, engrandecidos los recuerdos, celebramos la noche de Navidad. Las católicas celebraron una misa sin comunión y las no creyentes, que también habíamos colaborado en la confección de un hermoso altar. Después nos repartimos nuestros trocitos de pan, ampliando el círculo de familias y haciendo el payaso las de siempre. Durante la "fiesta", una camarada católica se me acerca y me dice con gran conmiseración: "Nosotros tenemos a Dios, que es nuestro consuelo y esperanza, pero vosotras ¿a quién tenéis, quién os da esa fuerza, esa serenidad, esa seguridad en el enjuiciamiento de nuestros actos, este optimismo, si no tenéis a nadie?." -"¿Cómo que no tenemos a nadie? Te tengo a tí, y a ésta y a las otras, millones de seres, ¿y te parece poco?.""
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